A ver, ¿quién no ha deseado, tan solo una vez, poder llamar a la Nanny
McPhee? Hay ciertos días en que siento que la paciencia, la sabiduría y el
ingenio se acaban, y lo que más me gustaría es poder llamar a la Nanny McPhee
para resolver mis problemas maternos. Si, alguien que llegue y pueda lograr que
mis hijos cambien para bien, no grandes cambios, tan solo los pequeños:
mantener el cuarto ordenado, obedecer sin protestar, no pelearse entre ellos …
pero, las cosas no funcionan así. Aún la Nanny McPhee no ha tocado a mi puerta
para resolver las cosas por arte de magia.
La buena noticia, es que hay alguien mucho mejor que la Nanny McPhee
dispuesto a ayudarnos las 24 horas en todo lo que necesitamos: nuestro Padre
Celestial. Él siempre responde mis llamadas de auxilio y las contesta de
maneras sencillas, maravillosas e inesperadas. Esta semana volví a leer un
discurso que el Presidente Gordon B. Hinckley compartió en una Reunión General
de la Sociedad de Socorro.
“Hace algunos años, el élder Marion D. Hanks dirigió una mesa
redonda en el Tabernáculo de Salt Lake, en la que participó una joven atractiva
y capaz, divorciada, y madre de siete hijos, entre siete y dieciséis años de
edad. Dijo que una noche cruzó la calle para llevarle algo a su vecina.
Escuchen sus palabras, tal como las recuerdo.
“Al
volverme para regresar a casa, vi la casa toda alumbrada; podía aún escuchar el
eco de las voces de mis hijos que me habían dicho al salir hacía unos minutos:
‘Mamá, ¿qué vamos a cenar?’ ‘¿Me puedes llevar a la biblioteca?’ ‘Necesito ir a
comprar una cartulina esta noche’. Cansada y agotada, miré la casa y vi la luz
encendida en cada una de las habitaciones. Pensé en todos los niños que estaban
en casa esperando a que yo llegara para atender sus necesidades. Mis cargas
parecían más pesadas de lo que podía soportar.
“Recuerdo
haber mirado el cielo a través de mis lágrimas, y dije: ‘Querido Padre, hoy no
lo puedo hacer; estoy demasiado cansada. No puedo ir a casa y atender sola a
todos mis hijos. ¿No podría ir a quedarme contigo sólo una noche? Regresaré por
la mañana’.
“En verdad,
no escuché la respuesta con los oídos, pero sí con la mente. Y la respuesta
fue: ‘No, pequeña, no puedes venir ahora conmigo porque nunca querrías
regresar. Pero yo puedo ir a ti”. (Gordon B. Hinckley, Entre los brazos de su amor, Conferencia General octubre
2006)
Puedo recordar
exactamente el momento cuando escuché ese discurso: tenía tres niños pequeños
de seis, cuatro y un año, había tenido una semana difícil y mi esposo se había
quedado con ellos en la habitación a fin de que yo pudiera ver la conferencia en
nuestra computadora. Me sentía cansada, frustrada e incapaz de sobrellevar las
cosas; entonces, a través de un profeta de Dios, pude recibir consuelo y la
seguridad de que nuestro Padre Celestial siempre
puede venir a mi cuando yo le necesite.
Los niños han
crecido y aumentado (ya no son tres sino cuatro), los desafíos y las circunstancias
han cambiado pero mi Padre celestial permanece constante. Algunas veces he
sentido su amor y consuelo al orar, o al leer las escrituras, pero muchísimas
otras veces he sentido su amor a través de otras personas que han bendecido mi
vida por medio de su amor e interés sincero: una llamada, una visita
inesperada, unos oídos atentos para escuchar, una nota, un mensaje en Facebook,
un abrazo, una flor, una oración o unas galletas. Los ángeles que el Señor
envía a nuestra puerta por lo general no van a llegar vestidos de blanco, pero siempre
traerán con ellos el amor de un Padre amoroso que vela por nosotros y por nuestras
necesidades.
Mis hijos no cambian
después de esas visitas, pero yo sí. De nuevo encuentro paz y la seguridad que
las cosas van a estar bien y que el Señor me va a ayudar a encontrar la manera
de seguir adelante con buen ánimo, tal como Él nos dice:
“De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños,
y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus
propias manos y ha preparado para vosotros;
y no podéis sobrellevar ahora
todas las cosas; no obstante, sed de buen ánimo, porque yo os guiaré. “(Doctrina
y Convenios 78:17-18)
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