Hace unos meses me
mudé de una pequeña y tranquila ciudad a otra grande y agitada. A pesar de que
pensé que sería fácil adaptarme, no resultó tan sencillo como yo creía. No era
la primera vez que me mudaba de ciudad, pero esta vez fue diferente. Sentía
añoranza por los lugares que ya no podría visitar y los amigos queridos que no
vería con frecuencia; extrañaba la sencillez, la tranquilidad y la confianza
que te da el saber dónde están todas las cosas, cómo funcionan los servicios y
a quién debes acudir cuando necesitas algo. Un día, mientras hablaba con una
amiga sobre todos estos cambios, vino a mi mente una impresión fuerte y clara: “Estoy actuando como la mujer de Lot”.
Eso me hizo detenerme y pensar.
La historia nos cuenta
que Dios advirtió a Lot y su familia que salieran de Sodoma y Gomorra, pero les
dio una advertencia: “No mires tras ti” (Génesis 19:17) Sin embargo, en algún
momento del camino, la esposa de Lot miró atrás y se convirtió en una estatua
de sal (Génesis 19:26). El Elder Jeffrey R. Holland dijo al respecto:
“Aparentemente, lo malo que hizo no fue sólo mirar atrás,
sino que lo que su corazón deseaba era volverse atrás; su
apego al pasado tuvo en ella una influencia mayor que su confianza en el futuro
(…) [Se perdió] el aquí, el ahora y el mañana por estar [atrapada] en el allá, el
entonces y el ayer.”
(Jeffrey R. Holland; “Lo mejor está aún por venir”,
Liahona enero 2010)
Y entonces lo vi todo: Me iba a convertir en una estatua de sal.
La
vida raramente transcurre como la planificamos. Si hay algo de lo que podemos
estar seguros es de los cambios. Cómo reaccionaremos ante ellos depende de
nosotros. El presidente Thomas S. Monson ha dicho: “No podemos dirigir
el viento, pero podemos ajustar las velas”. Es
muy fácil encontrar defectos en las cosas nuevas que requieren un ajuste de
nuestra parte; es muy fácil culpar a otros o a las circunstancias cuando las
cosas no son lo que esperamos, pero requiere determinación y fe comenzar desde
donde estamos sin saber exactamente cómo avanzar o a dónde llegaremos.
A
diferencia de la esposa de Lot, hace poco conocí la historia de Ruth Williams
Khama. Ruth nació en Londres, Inglaterra en 1923. En 1947 conoció a Seretse
Khama quien era un estudiante de leyes en Londres. Seretse no solo era
africano, era el Príncipe de Bechuanaland, entonces un protectorado británico,
hoy República de Bostwana. En contra de toda la oposición del gobierno inglés,
de los ancianos de la tribu en Bechuanaland y del gobierno de Sudáfrica (donde
se había establecido el apartheid), Ruth y Seretse decidieron casarse y
regresar a Bechuanaland. Rechazada en su propio país por haberse casado con un
hombre de color y en Bechuanaland por ser blanca, Ruth decidió enfrentar con
valor y entereza todos los nuevos cambios, desde las miradas de censura, el
ardiente clima, las costumbres, el idioma y la comida, hasta la soledad al
estar separada de su esposo mientras esperaba su primer hijo. Imagino lo que
pudo haber sentido en esos momentos cuando estuvo sola frente a un futuro
completamente incierto, preguntándose quizás qué pasaría si hubiese
complicaciones en el parto, o el hecho de no poder compartir ese único y
hermoso momento del nacimiento con su amado esposo. Pero la valentía no se
define por la ausencia del temor, sino por hacer lo que es correcto aún cuando
tenemos miedo. Y Ruth no se dio por vencida. Al reunirse con su esposo en
Inglaterra no dejaron de luchar por sus derechos. Finalmente lograron regresar
a Bostwana en 1956 y trabajaron juntos para que Bostwana alcanzara su
independencia como un estado democrático.
No,
no podemos dirigir el viento, pero podemos ajustar las velas y llegar a nuestro
destino, aunque algunas veces no sepamos con certeza cuál será. ¿Podía Ruth
acaso imaginar que junto a su esposo cambiarían la historia de Bostwana?
¿Podemos acaso imaginar lo que nos espera si tan solo ajustamos las velas con
fe en el futuro?
Cuando lleguen los cambios y los vientos soplen en una
dirección opuesta a la que deseamos, cuando nos sintamos tentados a regresar al
puerto seguro del pasado, recordemos las palabras del Elder Holland:
“El pasado es para aprender de él, pero
no para vivir en él. Miramos atrás con el deseo de reclamar las brasas de las
experiencias radiantes, pero no las cenizas. Y una vez que hayamos aprendido lo
que tengamos que aprender y que guardemos con nosotros lo mejor de lo que
hayamos experimentado, entonces miremos adelante y recordemos que
La fe siempre señala hacia el futuro.
(Jeffrey R. Holland; “Lo mejor está aún por venir”,
Liahona enero 2010)