"En las relaciones familiares AMOR en
realidad se deletrea T-I-E-M-P-O"
(Dieter F. Uchtdorf)
No recuerdo cuando escuché esa cita, pero desde entonces no la he
olvidado. El valor más preciado de esta época definitivamente no es el dinero,
sino el tiempo: nunca hay suficiente tiempo para dormir, para leer, para trabajar, para vacacionar, para divertirse, para comer
bien, para hacer ejercicio, para limpiar (¡ el sucio jamás termina !), para
ordenar, para hacer algo en familia (especialmente si tienes que correr detrás
de ellos para lograrlo) Algunas veces estamos tan sumidos en las mil y un cosas
de cada día que pensamos que mañana sí podremos, o quizás la próxima semana. La
verdad es que, en lo que se respecta a la familia, los momentos más valiosos
pueden llegar cuando estamos más ocupados o más cansados.
Estas últimas semanas han sido completamente grises, ha llovido casi
todos los días y el frío comienza a instalarse poco a poco. Es el tiempo de
cambiar la ropa de verano por la de invierno y eso siempre me toma varios días.
Las clasifico por tipos y por categorías, así que las habitaciones parecen un
campo minado en el proceso. El jueves pasado, después de tres días en medio de
aquella locura, y cuando tenía ya todo fríamente calculado para terminar esa
tarde, mi hija menor me dijo que tenía una Exposición de arte en la escuela.
Miré por la ventana: seguía lloviendo y debíamos caminar un kilómetro y medio para
llegar al a escuela. Vi el reloj: las 4:15 y la Exposición era hasta las 6:00. Las
misioneras venían a comer a las 6:30 y no había comenzado a preparar la cena. Miré
a mi hija y suspiré esperando que me dijera que realmente no era importante, o
que no quería mojarse, pero en lugar de eso recibí ésta respuesta: “No te voy a
decir cuál es, y así tú vas a poder adivinar” “Cuál ES…”, es decir, ¡ era
un solo dibujo ! Me atreví a preguntar: “¿Es importante para ti que vayamos?”
Inclinó la cabeza y dijo que sí. Solo pude decir: “Entonces vamos”.
Dejé todo como estaba y corrí a la cocina para dejar la cena lista antes
de irme. Tomamos nuestros paraguas y comenzamos nuestra caminata a la escuela.
Mi hija habló todo el camino, me contó lo que había hecho ese día, me habló de
sus amigas, me hizo preguntas y compartió algunas reflexiones. Por fin llegamos a la escuela, y muy orgullosa
me llevó al muro de su clase para que adivinara cuál era su obra de arte (afortunadamente
ella no es buena resistiendo el suspenso, así que me dio suficientes pistas
para adivinar).
Allí estábamos las dos, entre mojadas y sudadas mirando un animal multicolor en la cartelera de los Monstruos. Me llevó a su salón, vimos las
obras de las demás clases, saludamos a sus amigos y volvimos a casa.
Esa noche continué mi labor a las nueve de la noche después que se
habían ido a la cama, no tenía opción, mi cama era el campo minado: si quería
dormir tenía que ordenar. Mientras todos dormían, yo pensaba que realmente podía
haber terminado mucho antes si no hubiera ido a la escuela, pero la verdad es, que,
dentro de unos años, nadie va a recordar si la ropa estaba o no estaba en los
cajones del closet, o qué fue lo que cenamos esa noche, pero ella va a recordar
haber ido a la escuela para ver su obra de arte aun cuando estaba lloviendo.
La vida está llena de recuerdos, ¿tomo el tiempo para construir
recuerdos valiosos para mi familia, tiempo para escuchar, para jugar, para reír,
para bailar, para acompañar, para mojarse en la lluvia? Los recuerdos nos
acompañan dónde quiera que vamos, nos reconfortan en tiempos difíciles y nos alegran
cuando lo necesitamos, nos fortalecen y nos unen; crean lazos que se extienden
con el tiempo y que pasan de una generación a otra. Ciertamente es verdad lo
que una vez leí:
“El recuerdo es un jardín de Edén
del que jamás podemos ser expulsados”